Moda y modistas

La modistería y la emancipación de la mujer

Hasta finales del siglo XVIII el oficio de hacer vestidos estaba reservado a los sastres, y las mujeres solo tenían entrada por vía familiar como colaboradoras pero no como dueñas. Aunque a lo largo del siglo XIX pudieron conseguir un espacio propio, no fue hasta el último tercio del siglo XIX y la primera la mitad del XX, cuando el trabajo de modista se convirtió en una de las principales formas de inserción de la mujer en el mundo laboral, más allá del trabajo en la fábrica, y en menor grado, de profesiones como la docencia, el secretariado y el trabajo de bibliotecaria, que se fueron implantando de forma progresiva, aunque eran salidas profesionales minoritarias porque requerían unos estudios específicos. La modistería se extendió por el hecho de que para aprender el oficio no era imprescindible ir a ninguna escuela sino que era suficiente el aprendizaje en un taller o incluso se podía aprender de forma autodidacta a partir de manuales de corte y confección, y además porque este aprendizaje ofrecía la posibilidad de establecerse por cuenta propia con una cierta facilidad una vez dominada la técnica.

Las trabajadoras de la aguja

Coincidiendo con el arranque del feminismo, en el cambio del siglo XIX al XX, empezaron a surgir iniciativas, en general de cariz conservador y católico, con el objetivo de proteger a las trabajadoras del sector, por un lado, de una posible explotación laboral inhumana, porque las modistas costureras estaban en lo más bajo de la escala laboral, y, por otro, porque a partir del momento en que podían obtener algunos ingresos y ganar autonomía corrían el peligro, según la buena moral católica, de caer en una vida fácil, tentadas por el lujo y las veleidades del mundo de la moda. Es en este contexto cuando, en 1909, Agustí Robert i Surís fundó el Sindicato Barcelonés de la Aguja, primera organización que velaba por los intereses de las trabajadoras del ramo de la modistería. Por otro lado, en 1912, Maria Domènech de Cañellas fundó la Federación Sindical de Obreras, que además de ofrecer una bolsa de trabajo, asesoramiento laboral, formación y suministro de material, tuvo una escuela propia y organizó actividades culturales y lúdicas para poder sufragar la organización.

En contraposición, surgió un movimiento de carácter anarquista, impulsado principalmente por Teresa Claramunt, que no incidió demasiado en el ámbito de las trabajadoras de la aguja porque era un colectivo muy diverso que a menudo quedó al margen de la organización del movimiento obrero y los sindicatos.

el trabajo a domicilio

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Dolors Monserdà y Francesca Bonemaison, por Lluïsa Vidal

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