Moda y modistas

Saber el oficio

En aquellas épocas, había tres caminos para aprender el oficio de modista. El aprendizaje en un taller, los llamados sistemas de corte y confección y, finalmente, las academias, algunas de las cuales fueron fundadas por las creadoras de los propios sistemas. El aprendizaje en un taller era uno de los métodos mejores y más efectivos, y el más apreciado en el mundo de la costura, así como el más habitual y accesible. Al principio se realizaban labores elementales, normalmente sin cobrar o cobrando muy poco, y, paulatinamente, se iba progresando, de aprendiza a media oficiala, y de media oficiala a oficiala, que era el grado superior, al margen de la encargada, si la había, y de la propietaria. A veces, los talleres de las modistas también funcionaban como escuela de modistería, donde las aprendizas podían ser al mismo tiempo alumnas, si las familias pagaban para que aprendieran a coser. De hecho, muchas de las aprendizas y las docentes se dedicaban a la costura hasta que se casaban, aunque otras continuaban trabajando en los talleres, ya cualificadas, y podían contribuir a mejorar la economía de la familia. Muchas también conseguían poner taller propio y tener aprendizas a su cargo, y reproducían así un ciclo que se iba renovando.

Los sistemas y las academias de corte y confección

A partir de la publicación de métodos de corte y patronaje, se facilitaban unas pautas elementales para que cualquiera pudiera aprender el oficio, incluso de forma casi autodidacta.

Uno de los primeros sistemas que apareció en Cataluña fue el de Carme Ruiz, profesora, modista y primera directora, desde 1883, de la Escuela Provincial de Corte, la actual Escuela Profesional de la Mujer. En 1877, Carme Ruiz publicó su primer libro de corte y confección, y tuvo tanto éxito que se fue reeditando hasta las primeras décadas del siglo XX, cuando ya hacía años que había fallecido. Tras este primer método de corte, empezaron a surgir muchos otros, como el de Felicidad Duce. En 1928, Duce abría una escuela en Barcelona, el Instituto Feli, que tendría filiales en diversas ciudades catalanas y que todavía funciona.

De todas formas, el sistema que tuvo más éxito fue el de Carme Martí de Missé que en 1890 publicó por primera vez El Corte Parisien. Su éxito fue tan rotundo que a lo largo del siglo XX se hicieron numerosas reediciones. Martí también fundó un instituto que llevaba su nombre, y que actualmente continúa existiendo, donde se enseñaba su método, y que muy pronto fue abriendo sucursales por toda Cataluña.

Cómo se hace un vestido

Una buena pieza de indumentaria debía tener un equilibrio perfecto entre la forma, la textura, el acabado, el color, la calidad del tejido y los detalles, y debía sentar de forma impecable a la clienta, gracias a todas las pruebas que fueran necesarias. La calidad y la fama de una modista venían dadas por una confección excelente pero, también, por el acceso a tejidos, botones y complementos de calidad, y el buen gusto a la hora de escogerlos, y por aconsejar a las clientas, así como por la información de primera mano de las últimas tendencias de la moda.

Las fábricas no vendían directamente tejidos a las modistas, sino que los vendían a las tiendas que se encargaban de comercializarlos, repartidas por todo el territorio, aunque en Barcelona se encontraban las más importantes. Además, casas como La Innovación, la Física, Santa Eulalia, El Dique Flotante y Argón, o industrias de confección de sombreros, como Martí Martí y Badia, también tenían secciones dedicadas a la venta de tejidos y muchas de ellas también vendían patrones y glasillas. Las mercerías eran esenciales para las modistas, porque ahí compraban desde hilos hasta cremalleras, botones, plomos, galones, gafetes, hebillas, etc.

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