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De martes a sábado, de 10 a 19h
Miércoles, de 10 a 20h
Domingos y festivos, de 10 a 14.30h
La taquilla y la entrada cierran 30 minutos antes del límite horario
CERRADO: Lunes no festivos, 1 y 6 de enero, 1 de mayo, 10 de junio, 25 y 26 de diciembre
Plaza de Pau Vila, 3
93 225 47 00
mhc.cultura@gencat.cat
93 225 42 44. De lunes a viernes, 10 a 14h i 15.30-17.30h.
mhcvisites.cultura@gencat.cat
Autobuses V17, H14, D20, V15, V13, 39, 45, 51, 59 i 120
Metro L4 (amarilla) Barceloneta
Tren a Barcelona. Estació de França
Barcelona Bus Turístico. Línea roja y Barcelona City Tour. Ruta este. Parada “Museu d’Història de Catalunya”.
Hay tres parkings de pago próximos: en Passeig Joan de Borbó, Moll d’Espanya y Moll de la Fusta.
Los autocares disponen de espacios de aparcamiento cerca del edificio del museo.
General 4 euros
Reducida 3 euros
General 8 euros
Reducida 6 euros
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Como religiosos profesos, los templarios se caracterizaban por una rígida disciplina, necesaria tanto para la rutina diaria de oración y entrenamiento como para la vida en campaña. No eran una orden intelectualmente brillante. Excepto sus sacerdotes, ningún templario recibía las órdenes mayores y por lo tanto no podían decir misa ni administrar los sacramentos. La gran mayoría de templarios no conocían el latín ni sabían leer ni escribir. Ello los hacía difícilmente depositarios de una sabiduría ancestral que algunos autores les han atribuido.
Los frailes se dividían en dos grandes categorías: los caballeros y los sargentos. Los primeros eren hijos de nobles, y su misión era combatir y mandar. Los sargentos provenían de la gente del común, del artesanado o el campesinado, pero también de la rica burguesía urbana. Tenían a su cargo tareas más serviciales, pero también se esperaba de ellos que combatieran.
El Temple seguía una regla muy semblante a la del Cister, hasta el punto de que templarios y cistercienses se consideraban «hermanos de religión». Su jornada monástica estaba estructurada según la jornada tradicional establecida por san Benito ya en el siglo VI. Los oficios diarios estaban detallados con total precisión. En el comportamiento de los frailes se alentaba el silencio, la modestia y la obediencia. Se decía que los templarios no faltaban nunca a las plegarias y eran constantes en su devoción.
El hábito de los templarios seguía el voto de pobreza que hacían al entrar en la orden. No se podían llevar ropas caras ni adornos extravagantes. Las ropas eran grisáceas, marrones o negras. La capa blanca distinguía a los caballeros de los sargentos, que la llevaban negra. Los emblemas principales eran la cruz roja y el estandarte o balza, blanco y negro. El sello de la orden representaba a dos frailes en un solo caballo, como símbolo de solidaridad, y la cúpula del Santo Sepulcro en la otra cara, como recordatorio de su misión.
Para regular la pobreza de los hermanos, la regla del Temple establecía cuáles y cuántas tenían que ser las armas personales de cada hombre. La protección común del cuerpo eran las mallas de hierro, y las armas, las típicas de la caballería e infantería medievales. Los templarios desdeñaban les decoraciones ostentosas del equipo, así como los estribos decorados y las espuelas plateadas o doradas. Ahora bien, aceptaban las donaciones de utensilios ricos, pero no los embellecían para desgastarlos y ocultar su carácter lujoso.
Los templarios eran una de las pocas tropas permanentes con las que los soberanos de Ultramar podían contar. Eran combatientes obstinados, disciplinados y profesionales. Al encontrarse en estado de guerra permanente, sus pérdidas siempre fueron muy numerosas. Continuamente se producían choques y escaramuzas con los sarracenos y la su esperanza de vida no era muy alta. Si caían prisioneros, les esperaba el martirio y la muerte, ya que solo los comandantes eran rescatados a cambio de dinero.
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