Hasta que el prêt-à-porter no se expandió de una forma generalizada eran necesarias muchas modistas para confeccionar ropa para las diferentes clases sociales, desde la alta burguesía hasta los artesanos y la clase trabajadora. Las capitales de provincia y de comarca y las grandes ciudades fabriles aglutinaron a un gran número de modistas, pero también cada ciudad pequeña y cada pueblo tenía sus modistas, con una clientela muy fiel. En el escalado del oficio había muchas categorías, desde la portera que hacía también de modista porque disponía de bastante tiempo en su trabajo hasta las modistas de renombre, pasando por las que tenían clientela humilde, las que trabajaban para otros, ya fuera en casa o en los diferentes talleres, las que iban a coser a domicilio, las que tenían un cierto nombre, pero no etiquetaban, por discreción o por economizar, o las que con el orgullo del trabajo bien hecho, ponían su nombre en cada pieza.