Las clases acomodadas eran las grandes clientas del mundo de la alta costura pero, en paralelo, también encargaban vestidos a la modista, para acabar de redondear el armario de la temporada, dado que las piezas de indumentaria que hacían estas, aunque fueran caras, eran siempre más económicas. Hubo muchas modistas que se fueron situando muy bien en la sociedad. Algunas abrieron salones e incluso pasaban colecciones para la clientela. Otras tenían el taller en su casa pero con mucho personal trabajando para ellas, y asistían a los desfiles de moda de Barcelona o incluso de París para estar à la page (a la última moda). Unas y otras etiquetaban abrigos y vestidos que se hacían en sus talleres, a veces añadiendo la palabra «costura», lo que indicaba que eran mucho más que simples modistas.